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En 1793 en la ciudad de Wildbad en Alemania, 13 personas se enfermaron tras ingerir unas salchicas caseras. De ellas 6 murieron. El médico Justinus Andreas Christian Kerner, decidió investigar el problema, hasta llegar a la conclusión de que el cuadro tenía que ser debido a una toxina presente en las salchichas. Por ello, denominó a la enfermedad «botulismo» del latín «botulus = salchicha». Dando pie a la primera descripción detallada del botulismo.
Posteriormente se descubriría que la bacteria, clostridium botulinum, producía de manera natural una toxina que paralizaba la contractibilidad muscular, siendo el Dr. Kerner el precursor de las aplicaciones terapéuticas de la toxina botulínica experimentando sus efectos sobre sí mismo.
En la década de los 70, el Dr. Alan Scott, médico oftalmólogo, estaba estudiando el efecto de la toxina botulínica para el tratamiento del estrabismo. Su idea era usar la TB para poder paralizar el lado que «tiraba demasiado» y así centrar el ojo. También comenzó a usarlo en casos de blefaroespasmo.
Muy pronto algunos de sus pacientes comenzaron a afirmar que las arrugas alrededor de los ojos les habían desvanecido. Incluso comenzaron a llegar amigos o familiares de los pacientes, sin ningún problema médico, para que les inyectara la nueva droga de la juventud. Al principio, el Dr. Scott, se lo tomaba a broma: «Nunca pensé que realmente se pudiera usar como algo estético».
En 1990, vendió los derechos para el uso de la TB a Allergan, un laboratorio americano, por 8 millones de dólares, una cifra ridículamente baja considerando la popularidad posterior del Botox.
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En la actualidad, la toxina botulínica tiene muchos usos en Medicina más allá del estético. El más reciente y sorprendente es el tratamiento para las migrañas. Su mecanismo no está del todo establecido, parece que podría tener relación con la relajación de músculos faciales que «atrapan» terminaciones nerviosas. El descubrimiento, al igual que el de la TB fue accidental, pero ahora pacientes estéticos comentaban que mejoraban su migrañas como efecto secundario.
El inventor del Botox no lo puede usar en sí mismo. Hace algunos años le preguntaron al Dr. Alan Scott, creador del Botox, si él también lo usaba para eliminar sus arrugas. Él contestó, riendo: «Aunque quisiera no podría. Debido a que trabajo con la bacteria que lo produce estoy vacunado, por lo tanto, el Botox en mi caso no tendría efecto alguno».
El botox es un excelente tratamiento para la hiperhidrosis de manos o axilar. Al relajar el músculo liso que activa la secreción de sudor es una alternativa eficaz (aunque siempre temporal) para este tipo de pacientes, que a veces se ven muy condicionados socialmente por su problema.